Aquel hombre ya no era él, ni él lo sabia ni nadie, ni había como saberlo. Era un condecorado militar retirado y estaba solo, muy solo, en mente y alma. Nunca hablaba con nadie, no saludaba, nunca nadie lo vio reír, ni siquiera mostraba los dientes al estornudar. Algunas veces se le veía mirando a lo lejos, hacia el horizonte, con su mirada triste y su boina calada a la derecha. Los únicos amores que tuvo fueron unas cuantas prostitutas.
Alguna vez estuvo casado y tuvo una hija, una niña hermosa como la primavera, pero de ella nunca nadie supo nada. A veces veo vagando a ese hombre de paso lento, con mirada perdida, sin sonrisa en su cara, y con una boina calada a la derecha.
Modesto Ivan Zepeda Jr.
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