Es de nuevo muy noche. Noche negra sin estrellas, sin luna, sin ti, muy negra, muy noche. Algunos de tus recuerdos ya son esqueletos muy muertos y yacen en el cementerio de tu olvido. Las calles están desoladas, no hay gatos en los tejados, ni perros chingando por cualquier ruido.
Esta mañana me llamaste, tuviste los tamaños y el descaro de llamarme y preguntarme cómo estaba. Al escucharte una mezcla de sentimientos contradictorios recorrió mi alma: coraje, indiferencia, decepción, asombro y alegría, mucha alegría. Tanta alegría que fue mejor disimularla.
Todo iba bien durante tu llamada hasta que dijiste: " ¿Crees que puedas traerme mis discos y mis tenis de correr? ". Me quedé helado, frío por tu cinismo y poca madre. Por un momento había llegado a pensar que tu llamada era realmente para saber cómo estaba. Desgraciada.
Maldita oportunista ocasionada. Maldigo tu llamada y tu egoísta manera de ser. Te amo con todas mis venas, con todas mis tripas, pero no paso por alto lo fría y despiadada que eres mujer.
La noche avanza, no se detiene, se arrastra jodida ante mi pena que se pone cada vez más negra, más pena. El amor lo obliga a uno a hacer muchas tonterías y no dejarte ir es una de las mayores.
¿Cómo olvidar tus besos?
¿Cómo olvidar tus manos frías?
¿Cómo olvidar tanto y tanto entre tú y yo?
Mis amigos ya no me llaman ni me invitan a salir, están cansados de mi mala cara, de mi mal humor y mi falta de ganas. Es pesada esta madrugada, sábana de angustia, terreno maldito de la nada. No entiendo de dónde me brota tanto dolor, dónde nacen este amor que no me deja ser yo y este delirio que me tumba, me entierra y se clava.
Basta ya por favor.
No quiero arrastrarme más ante la sombra de este amor lleno de espinas y de hasta nuncas, rebosante de despedidas sangrantes, de nada, de nada.
De nada.
Modesto Ivan Zepeda Jr.
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