Moribundo me arrastro en el desierto de bestias carroñeras, entre la arena que se desliza por el ombligo de los descendientes de la serpiente, una serpiente venenosa y mentirosa, ladina, dañera. Lentamente la vida se evapora de mí, es lo único puro que me queda, mi corazón, mi confianza, mi buena fe y voluntad, a mordidas los destrozaron, que ni chuparse los dedos pudieron. No conformes con el festín prosiguieron con mis ojos, mis manos, mis pies y mi confianza en la gente, siguieron sin parar, sin dejar de devorar hasta mis huesos. No dejaban de chupar.
¡Por piedad dejen mi esqueleto ya! ¿Por qué se ensañan en mi buena voluntad? Son cortos de memoria son, cuando yo los ayude con mucho amor y honestidad. De mi cuerpo ya no queda nada, pero mi alma se pudo escapar, y eso es suficiente para cuando a alguien más pueda ayudar, a pesar de que también la puedan destrozar.
Modesto Ivan Zepeda Jr